miércoles, 28 de abril de 2010

Renovarse o morir II

Estoy algo cansada de tener que inventar sobre la nada pero lo he de hacer constantemente. Mientras aún tengo que aguantar miradas curiosas por llevar a mi hijo encima mí en la silla (que no me pesa, que voy encantada, que no se cae, que va seguro...). Ahora tengo que amoldarme a las nuevas necesidades del andador de fondo en el que se ha convertido mi hijo.

Le sigue gustando ir en mi regazo. Cada vez que me acerco a la silla de ruedas, se me pega a las piernas para que lo coja. Pero es evidente que le encanta andar en la calle e investigar. Eso lo hace de la mano de los abuelos (ya anda sólo pero por la calle se le coje por seguridad, claro). A veces, se ha cogido a mi andador o a mi silla, pero no te puedes fiar. Hasta aquí ningún problema ¿verdad?

Pero aquí entra mi vieja manía de querer participar en todos los aspectos de la vida de mi hijo y me estoy rompiendo la cabeza para poder llevar a mi niño andando conmigo de manera segura. El andador queda descartado, ya que yo me puedo caer (pasa pocas veces, pero pasa). Desde la silla, lo podría coger de la mano, pero si se me escapa, tendría problemas. Los tirantes anticaídas parecen la solución pero el niño debería acostumbrarse a ellos y obviar los comentarios de propios y ajenos de que parece un perrito... ¿Cuando aprende un niño a andar al lado de su madre? ¿Cuando aprende que no debe cruzar la calle? Es penoso que a veces tenga deseos de que crezca más de prisa.

lunes, 26 de abril de 2010

Carta al doctor Estivill

Señor Estivill:


Hace años que oigo su nombre en todos los medios por sis libros sobre como enseñar a dormir y a comer a nuestros hijos. Sé que es usted director de su Clínica del sueño y tiene especialidad en pediatría. Y quizá sea muy bueno en pacientes adultos pero su método aplicado a niños me parece denunciable.

Quizá mi hijo no sea un caso extremo como los que describe en su libro cuando se refiere a monstruitos manipuladores sin sentimientos. (Esa es la idea que usted tiene de los niños, según he creido entender en su libro). A usted le da igual que un niño llore, chille, vomite... siempre y cuando no seamos tan crueles de dejárselo hacer más de cinco minutos, eso si que es una tremenda crueldad, pero dejarle sufrir cuatro minutos y medio ¿qué importa? Es por su bien, ¿no?

Y, claro, el capítulo más importante es aquel donde nos explica con pelos y señales cómo hacer que nuestro hijo los fines de semana no moleste hasta las diez de la mañana, aunque tenga que desayunar y jugar sólo en su cuarto ¡Qué pena! ¿Es nuestro hijo o nuestro criado obediente?

Pues mi hijo sólo reclama cariño y atención y no se lo voy a negar por que un médico me diga que no lo educo correctamente. Para trasmitirle seguridad, no hay nada mejor que un abrazo. A un bebé le dan igual los muñecos, los pósters o los chupetes, él quiere a papá y mamá. De acuerdo que no vamos a estar toda la noche en su habitación (en caso de no practicar colecho) pero saber que acudiremos a su llamada, eso le dará confianza.

Por que usted pasa de puntillas por el tema del colecho. Y es un tema muy importante, seguramente el más natural y sano que se ha ido perdiendo por poner al niño en su habitación. Yo no lo practico actualmente pero es una sana costuimbre sin consecuencias negativas.

Es una pena que tenga usted tanta fama y no se hable más del colecho. Su libro describe un maltrato infantil disfrazado de método.